7.19.2010

El Paraíso estaba aquí al lado

Este fragmento ha sido extraido de la revista Exit, PAISAJES SILENCIOSOS. número mayo, junio, julio 2010
El Paraíso estaba aquí al lado. Rosa Olivares.

H. D. Thoreau, San Agustín, Petrarca, Immanuel Kant, Fray Luis de León, Kano No Choomei, Friedrich Schiller, Arthur Schopenhauer, Joseph Conrad, y tantos otros escritores han hablado de la naturaleza, y lo han hecho ejemplificando en ella los sentimientos, las sensaciones, los temores de los hombres. Pero en la literatura, como en la naturaleza, “sólo lo salvaje nos atrae. El aburrimiento no es más que otro nombre para designar la domesticación” (Thoreau). La idea de una naturaleza esencialmente buena, en la que hasta la destrucción, lo terrible, lo salvaje, es noble y por lo tanto bueno, donde la belleza está más cerca del abismo que de la tranquilidad, domina en la formación de conceptos como lo sublime. La belleza y el terror se suman ante la admiración del hombre por la naturaleza como fuente creadora de vida, esencia y semilla, escenario al que el hombre se asoma finalmente con su propio tamaño ínfimo. Nada somos frente a la inmensidad del mar, frente a las altas cumbres, los bosques inexpugnables. Ante esta belleza salvaje el hombre mira hacia dentro de sí mismo, en silencio y soledad. Todos los paseos nos conducen hasta nosotros mismos, toda meditación posible gira sobre nuestros sentimientos, la muerte, el amor, la soledad. Parece que en la naturaleza nos podemos, aún, reencontrar. En el camino, en el sendero, nos pensamos en lentitud y silencio. Ajenos a un mundo ruidoso, veloz, superficial, que hemos creado buscando protección y riqueza, alejándonos de lo que somos, de los árboles y de los ríos. Somos espectadores de la magnitud del horizonte, solos como un personaje de Caspar David Friedrich frente a un mar de hielo, frente al espejo de nuestras tormentas interiores. “La vida está en armonía con lo salvaje. Lo más vivo es lo más salvaje” (Thoreau). Es la naturaleza salvaje la que preserva el mundo, la que define la tierra, la que explica nuestra propia naturaleza.

La gran ola de Kanagawa     Katsushika Hokusai,1830-33

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